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Sobre el autor

 

 

 

Hola: Voy a presentarme. Soy español y nací en 1962. Por circunstancias personales de mis padres, a los dos meses me retiraron la lactancia y me mandaron a casa de mi abuela, donde estuve un corto tiempo sin mamar leche materna. Aunque hacía una vida normal, con ejercicio y actividad, partir de los 10 años empecé a romperme los huesos de forma regular: primero un brazo, luego una pierna al año siguiente, años después la otra pierna… algunas de esas roturas conllevaron operación y periodo de antibióticos. Esto comenzó a ser un círculo vicioso: por prescripción facultativa dejé de hacer ejercicio (a los 14 años) incluida la clase de gimnasia del colegio. Unido a esto, empecé a notar un carácter depresivo o difícil que, por supuesto (años 70 y 80) no fue correlacionado con nada. Así que debí arrostrar esas circunstancias personales y sobrellevarlas con entereza o, al menos, con resignación.

La información que tienes delante de tus ojos es el resultado de una búsqueda dolorosa de años de duración, búsqueda causada o provocada por el continuo malestar físico y psicológico. Yo no soy médico ni profesional sanitario y te recomiendo que todas mis afirmaciones (que no son mías, por cierto, sino obtenidas de múltiples fuentes científicas) las pongas en entredicho y que hagas tus propias consultas con tus sanitarios favoritos.

Años y años, desde la infancia, de no estar bien, de sentirme cansado, enfermo o deprimido han hecho que me pregunte a qué se debe mi situación. La solución no era evidente: las roturas de huesos se debían a falta de calcio (que nadie medía) y la depresión a falta de serotonina que nadie medía tampoco.  Años de no obtener ninguna respuesta en las consultas de los médicos, de múltiples análisis infructuosos, digestiones pesadas, estreñimiento, mal sabor de boca, gastritis crónicas, depresión… y en los que había varios hilos conductores en los que nadie reparó. Uno de ellos era que las depresiones más fuertes venían después de una operación de hueso.

Así pues, cuando haces una reflexión sistemática y analizas causas y efectos, y cuando, sobre todo, tienes más información, las razones caen por su propio peso. Y así comencé una labor metódica de atar cabos y de buscar causas, elaborar hipótesis sobre la confluencia de muchos síntomas que, aparentemente no tenían nada que ver entre sí, pero que al fin y al cabo, han resultado tener un origen común: la ausencia de flora probiótica y, lo que es peor, la invasión en consecuencia, de hongos, levaduras y bacterias perjudiciales. Y más aún, probando en distintos periodos a suprimir y aportar regularmente flora, azúcar, pan, me doy cuenta de que la ausencia de flora es secundaria y que lo principal es el daño sistemático que se ha causado en el intestino. Es decir, he llegado a la conclusión de que -si, yo también- sufro de intestino permeable. Esta afirmación la hago exactamente un año después de comenzar este blog.

Lo que destapó todo el problema fue la presencia de una rinitis crónica que, además de los otros problemas,  tenía desde que la memoria me alcanza. Una dificultad para respirar y un moqueo persistente de años, sin causa aparente, que en los tres últimos años (hacia el 2012 ya se puso muy seria la situación) fue a peor. Y empecé a jugar con la hipótesis de que esa rinitis no era alergia ni era un resfriado, sino que podía ser debida a una infección crónica de los senos nasales por Cándida (Candida Albicans). Y a partir de ahí, tirando del hilo, el problema fue solucionándose, como digo en otra página de este blog.

 

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Cuando uno termina por llegar a las conclusiones a las que yo he llegado, no queda más remedio que entregar lo que sabe a los demás.

Esa es la razón de esta web.

Madrid, Noviembre de 2014.

email: agestevez@gmail.com