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La autocuración

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Mucho se ha escrito del efecto placebo (la curación de los enfermos por sugestión y no por la efectividad del tratamiento) y casi siempre en términos peyorativos. Ha sido esgrimido por las plataformas escépticas para atacar todas aquellas terapias calificadas como pseudocientíficas o paracientíficas en base a una idea básica:

Para curar tiene que haber un principio activo que cure. En caso contrario, el medicamento es un placebo, es decir un timo.

Esta idea es, desde mi punto de vista, absolutamente falaz. Leída de otra manera, la idea podría expresarse así:

El enfermo necesita siempre la ayuda de un agente externo para curarse.

Esta es la base de la medicina occidental, y como veremos, no tanto del resto de las medicinas del mundo. La tesis de este artículo es que el efecto placebo debería ser aprovechado de forma conveniente por la estructura sanitaria actual porque evidentemente sirve a los efectos buscados: la curación y el bienestar de los pacientes. Y si se persigue y se condena se debe principalmente a no admitir que el enfermo tiene mecanismos autónomos que permiten la mejora de los síntomas y en muchos casos la curación de las enfermedades, y esto se debe a unos claros intereses creados por los laboratorios farmaceúticos y el establishment médico, por supuesto.

Si se quiere y se sabe explotar convenientemente el efecto placebo, se posee un arma poderosa: la fuerza de autocuración presente en todos los seres vivos con mayor o menor intensidad y que ha sido disimulada y manipulada desde hace siglos por las manipulaciones humanas.

¿POR QUÉ SE CURA UNA HERIDA?

Constántemente vemos esa capacidad de autocuración en nosotros mismos. Por poner un ejemplo cotidiano, observemos una herida. Nos hacemos un corte y al poco tiempo se ha cerrado. Nosotros, o el médico o enfermero, aplicamos agua oxigenada para desinfectar y un apósito para cubrir la herida. Y la herida se cura. Pero, ¿ha sido el agua oxigenada o el apósito el factor de curación o han sido tan sólo una ayuda?… la verdad es que realmente han servido para ayudar a evitar la infección, pero no han servido para nada a efectos de reconstruir el tejido cortado. En eso el cuerpo ha actuado solo con su propia fuerza autocurativa. Hay una verdad innegable y es que

No sabemos casi nada de la vida

El ser humano, como mucho, se acerca un poco a describir los mecanismos que subyacen a la biología, pero no conoce por qué ni cual es el origen de la vida. Ni por asomo el ser humano podría crear un ser vivo, ni sabe la manera de explicar su misterio. Lo vemos todos los días a nuestro alrededor, lo vemos en nosotros mismos funcionando minuto a minuto.  Una cosa tan aparentemente sencilla como una bacteria o un virus, es inmanejable para el ser humano. Podemos experimentar sobre ellos, reproducirlos, cruzarlos, mutarlos, pero no podemos crearlos. Y todo esto viene a cuento porque quiero demostrar que eso que llamamos «vida» es un tremendo poder que está en nosotros y en todos los seres que nos rodean y que, entre otras cosas, sirve para la autocuración, sin que participe nada ni nadie, y por supuesto, sin que haya ningún medicamento ni laboratorio por medio.

Estos mecanismos de autocuración, que nos resultan normales por la costumbre, son una maravilla que nos demuestran que detrás de la vida hay una innegable inteligencia que hace que cada molécula encuentre su sitio y que cada célula busque y participe de su tejido. Pues ese poder o esa inteligencia es la que hace que nosotros nos curemos cuando enfermamos o nos herimos. Ese poder es el que organiza todo lo que nos rodea, y hace que funcione a la perfección.

Ese enorme poder que nos cura es precisamente el que se observa con el llamado efecto placebo. Y mi tesis, aquí y ahora, es que más que criticarlo (como algo producto de la imaginación, de la sugestión) es en realidad, algo muy fuerte que existe en todos nosotros y merece que sea potenciado, por ser nuestra garantía de vida.

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EL PODER DE CURACIÓN ¿DONDE SE ENCUENTRA?

Ese poder de curación es el mismo potencial que esconden las semillas. En ellas se aprecia a la perfección puesto que tan solo hay que poner las condiciones adecuadas para que germinen. O visto de otro modo, hay que eliminar los obstáculos. Parece que los obstáculos presentes en el ser humano son mayores que los que hay en una simple semilla. ¿He dicho simple?… nada más lejos de mi intención. Y esto precisamente es lo que quiero demostrar: las semillas, pequeñas o humildes aparentemente en estructura, son complejísimos sistemas de vida, dotados de una fortísima fuerza vital, altamente resistente a los elementos. Son una bomba vital, programada para crecer en el momento en que se den las circunstancias adecuadas.

No me estoy refiriendo a que las semillas sean depósitos de alimento y sustancias nutritivas. Sabemos que todas las semillas contienen grandes reservas para alimentar a la planta y que nosotros podemos aprovechar. Pero no, yo no me estoy refiriendo a eso. Me estoy refiriendo a la fuerza en potencia que yace en la semilla y que, mediando las circunstancias adecuadas, pone en marcha la programación (la divina programación) para que de esa semilla salga una planta.

Es algo tan maravilloso, que cualquier otra cosa queda corta, a su lado. Y lo vemos día a día, aunque no nos asombremos por ello. Quien realice una mínima reflexión sobre este hecho no puede menos que quedar asombrado. Pero este poder o potencia vital no se ve, no se toca, no se mide ni se pesa. Y mi hipótesis es que, aún necesitando del aspecto físico de la semilla, no es ese aspecto físico: es la «fuerza vital». Esta fuerza vital se encuentra en todas partes, empezando por nosotros mismos.

Pues bien, dicha fuerza vital es la que, operando sobre el cuerpo, permite que en el cuerpo se pongan en marcha los mecanismos de autocuración.

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ELIMINAR OBSTÁCULOS

Para que ese poder autocurativo funcione todos los días tan solo hay que ser muy consciente de no obstaculizar su operativa. ¿Cómo se consigue esto? El cuerpo tiene mecanismos naturales de autoregulación y el hecho de que enfermemos solo nos demuestra que lo sometemos a circunstancias que obstaculizan el desarrollo de esos mecanismos. Uno de los principales obstáculos, desde mi experiencia, es la ingesta de alimentos no pertinentes, la ingesta exagerada de alimentos y comer en horas inconvenientes. ¿Por qué hacer mal esto -comer- se convierte en un obstáculo para la autocuración?… porque la digestión es uno de los procesos que más energía -vital- consume. Cada vez que ingerimos alimento, el cuerpo desvía torrentes de sangre hacia el intestino y el hígado. Así pues, sabiendo que alimentarse es imprescindible, lo siguiente es hacerlo correctamente en cantidad, calidad y tiempo, para que el cuerpo disponga de sus recursos energéticos de forma óptima.

Esta idea, símplemente, está expresando que muchas de las enfermedades pueden ser prevenidas, mediante una vida que atienda al gasto de energía superfluo del cuerpo y la mente. Lamentablemente muchas de las enfermedades actuales, desde mi experiencia particular, se producen por hábitos sociales, por consumos irresponsables favorecidos por la publicidad, por la ansiedad, por el estrés.

Mi experiencia acerca de todos estos hábitos es que la mayoría de las personas son capaces de soportar (y de disfrutar durante muchos años) regímenes intensos de comilonas, alcohol y dulces sin que, aparentemente, sus cuerpos noten nada. Llegado el momento, normalmente entre los 45 y 55 años, el sistema digestivo (y otros) termina colapsando y se produce la enfermedad. Y a esas alturas nadie se hace responsable. El cuerpo humano soporta lo que le echen.

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Solo un pequeño grupo de personas «débiles» no puede soportar el régimen y enferma antes, dando un volantazo a sus costumbres (haciendo caso omiso de las obligaciones sociales) y comenzando a eliminar obstáculos para la autocuración: salir del círculo de comida, empacho, enfermedad. Esas personas débiles son el centro de atención de las reuniones sociales, porque no comen carne, no beben alcohol o simplemente, porque no trasnochan y duermen mucho.

Es curioso que la sociedad, de muchas maneras, nos obligue a matar nuestro propio factor autocurativo. Y mi convicción es que, en esta materia, ser resistente es casi peor que no serlo, porque te condena a la enfermedad.

La diabetes, catalogada como «enfermedad social» es un claro ejemplo de esto. Pero hay más, como el cáncer derivado del humo del tabaco, la cirrosis derivada del consumo de alcohol, o los problemas intestinales y cardiacos derivados de un exceso de proteínas. No soy yo el más adecuado para hablar de estos problemas, pero sí lo soy cuando me siento víctima de usos sociales que me impusieron en ciertos momentos: cuando yo estudiaba en la Universidad (fui estudiante de Derecho en la facultad de Derecho de Valladolid en los años 80) mucha gente fumaba en clase y el ambiente era irrespirable. Eso hacía que yo tuviera mucha dificultad para respirar y terminaba por abandonar las aulas, lo cual me ocasionó retraso en mis estudios. Gracias a esa «sensibilidad» terminé con tos crónica y dejé de asistir a las clases. Con esto evité enfermar. Ahora entiendo por qué uno de mis profesores murió de cáncer muy joven, ya que seguramente él era muy sensible pero no podía salir de las clases y además tenía que acudir a todas, porque era su trabajo. Él no pudo eliminar obstáculos y su cuerpo no pudo poner en marcha sus procesos autocurativos.

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9 Comentarios

  1. Acabo de leerlo. Definitivamente la tienes muy clara!
    ¿Sabes qué nombre tiene esa fuerza vital o poder autocurativo del que hablas?…

    ¡AYUNO!

    Te recomiendo el libro Ayuno Racional de Arnold Ehret, aparte de su SCDA (Sistema Curativo por Dieta Amucosa). Creo que te va a gustar mucho.
    Acá te dejo la página donde puedes encontrarlos, y también varias cosas más relacionadas:
    http://www.arnoldehret.es/descargas/libros/arnold-ehret/

    Otro saludo!

    • Bueno, el ayuno deja LIBRE de actuar a esa fuerza de autocuración. Es la forma de eliminar los obstáculos.
      Saludos y gracias

    • Sí, debo decirte que a mí también me ha recordado a eso. Pero nada más lejos de mi intención. Quizá sea necesario insistir en algo: la fuerza vital existe pero no es algo externo a los cuerpos vivos (la llamada energía orgónica) sino que es la causa de vivir de estos, pertenece a ellos y está en ellos.

        • Sí que lo es, además es algo que pasa desapercibido, porque lo vemos todos los días y en todo momento. Tan solo dejamos de verlo con la muerte. Nosotros, con nuestra medicina (la alopática, la homeopatía, la ayurveda, cualquier medicina) lo único que hacemos es apoyar, facilitar, permitir que esa fuerza vital se manifieste. El resto, lo hace ella, ya que actúa sola.

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